ORACIONES REVELADAS
POR NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO A SANTA BRIGIDA CON APROBACION, PERMISO Y
RECOMENDACION PAPALES, DADAS EL 31 DE MAYO DE 1862. PARA SER REZADAS DELANTE DE
UN CRUCIFIJO O LA SANTA FAZ DEL SEÑOR. CONTIENE DIVINAS PROMESAS ENTRE ELLAS LA
DE PROTECCION PARA LOS HIJOS
Para que se cumplan las promesas, se deben
rezar las 15 oraciones durante un año completo. Así se recibirán las promesas
de Nuestro Señor Jesucristo.
Por mucho tiempo, Santa Brígida había
deseado saber cuántos latigazos había recibido Nuestro Señor en Su Pasión.
Cierto día se le apareció Jesucristo, diciéndole: “Recibí en Mi Cuerpo cinco
mil, cuatrocientos ochenta latigazos; son 5.480 azotes. Si queréis honrarlos en
verdad, con alguna veneración, decid 15 veces el Padre Nuestro; también 15
veces el Ave María, con las siguientes oraciones, durante un año completo. Al
terminar el año, habréis venerado cada una de Mis Llagas”. (Nuestro Señor mismo
le dictó las oraciones a la santa.)
Nota:
Posteriormente se le agregó el Gloria (a la Santísima Trinidad)
LAS
PROMESAS
El Crucificado
prometió a Santa Brígida los siguientes privilegios, con la condición de que
ella fuera fiel a la diaria recitación del santo oficio. Y se garantizaban
también a todo aquel que diga las oraciones devotamente cada día por el espacio
de un año, las siguientes promesas:
1.- Cualquiera que
recite estas oraciones, obtendrá el grado máximo de perfección.
2.- Quince días
antes de su muerte, tendrá un conocimiento perfecto de todos sus pecados y una
contrición profunda de ellos.
3.- Quince días
antes de su muerte le daré mi precioso cuerpo a fin de que escape del hambre
eterna; le daré a beber de mi preciosa sangre para que no permanezca sediento
eternamente.
4.- Libraré del
purgatorio a 15 miembros de su familia.
5.- Quince miembros
de su familia serán confirmados y preservados en gracia.
6.- Quince miembros
de su familia se convertirán.
7.- Cualquiera que
haya vivido en estado de pecado mortal por 30 años, pero si recita o tiene la
intención de recitar estas oraciones devotamente, Yo, el Señor le perdonaré
todos sus pecados.
8.- Si ha vivido
haciendo su propia voluntad durante toda su vida y está por morir, prolongaré
su existencia
9.- Obtendrá todo
lo que pida a Dios y a la Santísima Virgen.
10.- En cualquier
parte donde esté diciendo las oraciones, o donde se digan, Dios estará presente
con su gracia.
11.- Todo aquel que
enseñe estas oraciones a los demás, ganará incalculables méritos y su gloria
será mayor en el cielo.
12.- Por cada vez
que se reciten estas oraciones, se ganarán 100 días de indulgencia.
13.- Será liberado
de la muerte eterna.
14.- Goza de la
promesa de que será contado entre los bienaventurados del cielo.
15.- Lo defenderé
contra las tentaciones del mal.
16.- Preservaré y
guardaré sus cinco sentidos.
17.- Lo preservaré
de una muerte repentina.
18.- Yo colocaré mi
cruz victoriosa ante él para que venza a sus enemigos.
19.- Antes de su
muerte vendré con mi amada Madre, la Santísima Virgen Inmaculada.
20.- Lo recibiré
muy complacido y lo conduciré a los gozos eternos. Y habiéndolo llevado allí,
le daré de beber de la fuente de mi divinidad.
ORACIONES
Para empezar,
invoquemos al Dulce Huésped de nuestras almas.
Señal de la Cruz.
Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y
enciende en ellos el fuego eterno de tu amor. Envía Señor tu Espíritu y todo
será creado y se renovará la faz de la tierra.
Oremos:
Oh Dios, que instruiste los corazones de tus fieles con
la luz de tu Espíritu Santo, concédenos que animados y guiados por este mismo
Espíritu, aprendamos a obrar rectamente siempre y gocemos de la dulzura del
bien de sus divinos consuelos. Por Cristo nuestro Señor. Así sea.
Un Credo al Sagrado Corazón de Jesús, haciendo un acto de
Fe.
PRIMERA ORACIÓN
¡Oh Jesús mío! ¡Oh
eterna dulzura para los que te amamos! ¡Oh gozo supremo que supera todo gozo y
deseo! ¡Oh salvación y esperanza nuestra! Infinitas pruebas nos has dado de que
tu mayor deseo es estar siempre con nosotros; y fue este sublime deseo, ¡Oh
bendito amor! El que te llevó a asumir la naturaleza humana. ¡Oh Verbo
Encarnado!, recuerda aquella Santa Pasión que abrazaste por nosotros, para
cumplir con el divino plan de reconciliación de Dios con su criatura. Recuerda
Señor tu última cena, cuando rodeado de tus discípulos, y después de haberles
lavado los pies, les diste tu precioso cuerpo y sangre. Recuerda también cuando
tuviste que consolarlos al anunciarles tu ya próxima Pasión.
Fue en el huerto
de los Olivos, ¡Oh Señor!, donde se escenificaron los peores momentos de tu
Sagrada Pasión: porque fuiste invadido por la más infinita de las tristezas y
por la más dolorosa de las amarguras, y que te llevaron a exclamar todo lleno
de horror y de angustia: "¡Mi alma está triste hasta la muerte!"...
Tres horas duró tu agonía en aquel jardín; y todo el miedo, angustia y dolor
que padeciste allí, ¡fueron tan grandes!, que te causó sudar sangre
copiosamente. Aquello escapaba a toda descripción, hasta tal punto que sufriste
más allí que en el resto de tu Pasión, porque ante tus divinos ojos desfilaron
aquellas terribles visiones de los pecados que se cometieron desde Adán y Eva
hasta aquellos mismos instantes, y los pecados que se estaban cometiendo en
aquellos momentos por toda la faz de la tierra, y los que se cometerían en el
futuro, ¡siglos enteros!, ¡hasta la consumación de los tiempos!
Pero, ¡Oh amor que
todo lo vence! A pesar de tu temor humano, así contestaste a tu Padre:
"¡No se haga mi voluntad, sino la tuya!" E inmediatamente, tu Padre
envió aquel precioso Ángel para confortarte... Tres veces oraste, y al final
llegó tu discípulo traidor, Judas. ¡Cuánto te dolió aquello!
Fuiste arrestado
por el pueblo de aquella nación que Tú mismo habías escogido y exaltado. Tres
jueces te juzgaron, falsos testigos te acusaron, cometiendo el acto más injusto
de la historia de la humanidad, ¡condenando a muerte a su Autor y Redentor! ¡A
aquél que venía a regalarnos la vida eterna!
Y te despojaron de
tus vestiduras y te cubrieron los ojos... e inmediatamente aquellos soldados
romanos comenzaron a abofetearte, y llenarte de salivazos, y golpes llovieron
contra tu delicado cuerpo. Y te retaban a que les dijeras quién era el que te
lo hacía. De repente, aquella corona de espinas te la incrustaron mutilando tu
cabeza de mala manera; ¡rompiendo carne, venas y nervios! Para contemplar la
mofa a tu condición de Rey, te dieron un cetro: una vulgar caña que colocaron
en tus sagradas manos.
¡Oh sublime
enamorado de nuestras almas!, recuerda también cuando te ataron a la columna.
¡Cómo te flageló aquella gente!... No quedó lugar alguno en tu maravilloso
cuerpo que no quedara destrozado bajo los golpes de los látigos. Otro cuerpo
humano hubiese muerto con menos golpes... La escena era terrible: ¡huesos y
costillas podían verse! ¡Cuánta furia desatada contra el Hombre-Dios!
Oh Jesús mío, en
memoria de aquellos crueles tormentos que padeciste por nosotros antes de la
crucifixión, concédenos antes de morir un verdadero arrepentimiento de nuestros
pecados, que podamos satisfacer por ellos, que hagamos una santa confesión, te
recibamos en la Santísima Eucaristía, y así, alimentada nuestra alma, podamos
volar hacia Ti.
Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
SEGUNDA ORACIÓN
¡Oh salud y
alimento de mi alma, libertad verdadera de ángeles y santos!, ¡Paraíso de
delicias! Recuerda el horror y la tristeza que sufriste camino al lugar donde
te aguardaba una cruz, cuatro clavos y los verdugos cuando toda aquella turba
se apretujaba a tu paso, y te golpeaba e insultaba impunemente, haciéndote
víctima de las más espantosas crueldades. Pero más te dolía la ingratitud de
ellos, que los golpes que te infligían, pues era precisamente por ellos y por
todo el género humano, que llevabas aquella Cruz sobre tus hombros destrozados.
Por todos aquellos
tormentos y ultrajes, y por las blasfemias proferidas en contra Ti, te rogamos,
¡Oh dueño de nuestra alma! que nos libres de nuestros enemigos, visibles e
invisibles, y que bajo tu protección logremos tal perfección y santidad, que
merezcamos entrar contigo en tu Reino.
Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
TERCERA ORACIÓN
¡Oh dueño de
nuestra existencia! Tú que siendo el Creador del Universo, del Cielo y de la
Tierra, de ángeles y hombres, a quien nada puede abarcar ni limitar y que todo
lo envuelves y sostienes con tu amoroso poder, sin embargo, te dejaste matar
por tu obra maestra, el hombre, para justificarlo ante Ti mismo.
Recuerda cada
dolor sufrido, cada tormento soportado por nuestro amor, cuando los judíos con
enormes clavos taladraron tus sagradas manos y pies. ¡Que espantosa escena se
produjo cuando con indescriptible crueldad, tu cuerpo tuvo que ser estirado
sobre la Cruz para que tus manos y pies llegaran hasta los agujeros previamente
abiertos en el madero! ¡Con cuánta furia agrandaron aquellas heridas! ¡Cómo
agregaron dolor al dolor, cuando tuvieron que estirar tus sagrados miembros
violentamente en todas direcciones! ¡Oh Varón de dolores!
Recuerda cuando tus
músculos y tendones eran estirados sin misericordia, y tus venas se rompían, y
tu piel virginal se desgarraba horriblemente, y tus huesos eran dislocados.
¡Oh Cordero
Divino! en memoria de todo lo ocurrido en la colina del Gólgota, te rogamos nos
concedas la gracia de amarte y honrarte cada día más y más.
Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
CUARTA ORACIÓN
¡Oh divino mártir
de amor! ¡Oh médico celestial que te dejaste suspender en la Cruz para que por
tus heridas las nuestras fueron curadas! Recuerda cada una de aquellas heridas
y la tremenda debilidad de tus miembros, que fueron distendidos hasta tal punto
que jamás ha habido dolor semejante al tuyo. Desde la cabeza a los pies eras
todo llaga, todo dolor, todo sufrías; eras una masa rota y sanguinolenta, y aún
así llegaste, para sorpresa de tus verdugos, a suplicar a tu Padre, eterno
perdón para ellos diciéndole: ¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!
¡Oh Cristo bendito! En memoria de esta gran misericordia
que tuviste, que muy bien pudiste lanzar a todo aquel mundo malvado a los
abismos infernales con un solo acto de tu poderosa voluntad, por aquella tan
grande misericordia que superó a tu justicia divina, concédenos una contrición
perfecta y la remisión total de nuestros pecados, desde el primero hasta el
último, y que jamás volvamos a ofenderte.
Así sea.
(Padre Nuestro,
Ave María y Gloria)
QUINTA ORACIÓN
¡Oh Jesús, Oh
esplendor de la eternidad! Recuerda cuando contemplaste en la Luz de tu
Divinidad, las almas de los predestinados que serían rescatados por los méritos
de tu Sagrada Pasión, también viste aquella tremenda multitud que sería
condenada por sus pecados. ¡Cuánto te quejaste por ellos! Te compadeciste, oh
buen Jesús, hasta de aquellos réprobos, de aquellos desafortunados pecadores
que no se lavarían con tu sangre, ni se alimentarían con tu Carne Eucarística.
Por tu infinita
compasión y piedad, y acordándote de tu promesa al buen ladrón arrepentido, al
decirle que aquel mismo día que estaría contigo en el Paraíso, ¡Oh salud y
alimento de nuestra alma! muéstranos esta misma misericordia en la hora de
nuestra muerte.
Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
SEXTA ORACIÓN
¡Oh Rey muy amado
y deseado por mi corazón ¡acordaos del dolor que sufriste, cuando desnudo y
como un criminal común y corriente, fuiste clavado y elevado en la Cruz. Cómo
te dolió el ver que tus familiares y amigos desertaran. Pero allí estaba tu muy
amada Madre y tu discípulo Juan, que permanecieron contigo hasta tu último
suspiro. No importando que su naturaleza humana, desmayando estaba, y para
colmo de tu inmenso amor por nosotros, nos hiciste aquel precioso regalo: ¡nos
diste a María como Madre! ¡Cuánto te debo Amado mío, por este sublime regalo!
Sólo tuviste que decir a María: “¡Mujer, he aquí a tu hijo!” y a Juan: “!He
aquí a tu Madre!”
¡Te suplicamos, oh
Rey de la Gloria! por la espada de dolor que entonces atravesó el alma de tu
Santísima e Inmaculada Madre, que te compadezcas de nosotros en todas nuestras
aflicciones y tribulaciones tanto corporal como espiritual, y que nos asistas
en cada prueba, especialmente en la hora de nuestra muerte.
Así sea.
(Padre Nuestro,
Ave María y Gloria)
SÉPTIMA ORACIÓN
¡Oh Rey de Reyes!
¡Fuente de compasión que jamás se agota! Recuerda cuando sentiste aquella
tremenda sed por las almas y que te llevó a exclamar desde la Cruz:
"¡Tengo Sed!" Sí, no solamente tenías sed física, sino sed insaciable
por la salvación de la raza humana.
Por este gesto de
amor por nosotros, te rogamos, oh prisionero de nuestro amor, que inflames
nuestros corazones con el deseo de tender siempre hacia la perfección en todos
nuestros actos, que extingas en nosotros la concupiscencia de la carne y los
deseos de placeres mundanos.
Así sea
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
OCTAVA ORACIÓN
¡Oh constante
dulzura nuestra! ¡Oh deleite diario de nuestro espíritu! Por el sabor tan
amargo de aquella hiel y vinagre que te dieron a probar en lugar de agua, para
aplacar tu sed física, te suplicamos que aplaques nuestra sed por tu
vivificadora sangre, y nuestra hambre por tu Redentora Carne, ahora y siempre,
y que no nos falte en la hora de nuestra muerte.
Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
NOVENA ORACIÓN
¡Oh Jesús, Virtud
Real y gozo del alma! Acuérdate del dolor que sentiste, sumergido en un océano
de amargura, al acercarse la muerte. Insultado y ultrajado por tus verdugos,
clamaste en alta voz que habías sido abandonado por Tu Padre Celestial,
diciéndole: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?” Por aquella
angustia que padeciste en aquellos momentos finales de tu Pasión, te rogamos oh
nuestro Salvador que no nos abandones en los terrores y dolores de nuestra
muerte.
Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
DÉCIMA ORACIÓN
¡Oh Jesús, que
eres principio y fin de todo lo creado, Virtud, Luz y Verdad! Acuérdate que por
causa nuestra fuiste sumergido en un abismo de penas; sufriendo dolor en todo
tu Santísimo Cuerpo: En consideración a la enormidad de tanta llaga que te
hicimos los hombres; enséñanos a guardar por puro amor a Ti, todos tus
Mandamientos; cuyo camino de Tu Ley Divina es amplio y agradable, para aquellos
que te aman.
Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
UNDÉCIMA ORACIÓN
¡Oh Jesús mío!,
abismo insondable de misericordia, te rogamos en memoria de tus heridas, las
cuales penetraron hasta la médula de tus huesos y hasta lo más profundo de tu
ser, ¡que nos apartes para siempre del pecado! ¡que no te ofendamos más!
Reconocemos con bochorno que somos unos miserables pecadores y que te hemos
ofendido ¡tantas veces! Que tememos que tu divina justicia nos condene.
No obstante,
acudimos presurosos a tu misericordia infinita, para que nos escondas
urgentemente en tus preciosas llagas, y así, ocultados de tu indignado Rostro,
pueda tu amante Corazón una vez más, lavar nuestras culpas con tu Sangre liberadora.
De esa forma Redentor nuestro, tu enojo e indignación cesarán de inmediato.
¡Gracias Señor!
Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
DUODÉCIMA
ORACIÓN
¡Oh Jesús, eterna
verdad, símbolo de la perfecta caridad y de la unidad! Te suplicamos que te
acuerdes de aquella multitud de laceraciones, de aquellas horribles heridas que
te hicimos la humanidad pecadora que querías salvar. Estabas hecho un guiñapo
humano, enrojecido por tu propia sangre. ¡Que inmenso e intenso dolor padeciste
en tu Carne Virginal por amor a nosotros! ¡Oh dulzura infinita!, ¿qué pudiste
hacer, que ya no hayas hecho por nosotros? Nada falta. Todo lo has cumplido
Ayúdanos, Oh
Señor, a tener siempre presente ante los ojos de nuestro espíritu, un fiel
recuerdo de tu Pasión, para que el fruto de tus sufrimientos se vea
continuamente renovados en nuestra alma, y para que tu amor se agrande en cada
momento más y más en nuestro corazón, hasta que llegue aquel feliz día en que
te veamos en el cielo, y ser uno contigo, que eres el tesoro y suma total de
todo gozo y bondad.
Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
DÉCIMA TERCERA
ORACIÓN
¡Oh dulce consuelo
de nuestra alma, maravilloso liberador, Rey inmortal e invencible! Recuerda
cuando inclinando tu adorable cabeza, toda desfigurada por los golpes, la
sangre y el polvo del camino, exclamaste: "Todo está consumado"...
Toda tu fuerza mental y física se agotaron completamente.
Por este Gran
Sacrificio y por las angustias y tormentos que padeciste antes de morir, te
rogamos, oh buen Jesús, que tengas misericordia de nosotros en la hora de
nuestra muerte, cuando nuestra mente esté tremendamente perturbada; y nuestra
alma sumergida en inquietudes y angustias. Que no temamos nada, que te tengamos
a Ti a nuestro lado y dentro de nuestro ser.
Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
DÉCIMA CUARTA
ORACIÓN
¡Oh doliente
Jesús, oh incomprensible Segunda Persona de la Trinidad, esplendor y figura de
su esencia! Recuerda cuando con gran voz entregaste tu alma a Tu Padre
Celestial diciéndole: "¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!" ¡Tu
cuerpo estaba despedazado, y tu corazón destrozado, pero tus entrañas de
misericordia quedaron abiertas para redimirlos! Así expiraste, oh amor
infinito...
Por tu Dolorosa
Muerte; te suplicamos, Oh Rey de Santos y Arcángeles, que nos confortes y nos
ayudes a resistir al mundo con sus errores, a Satanás con sus pérfidas, y a la
carne con sus vicios, para que así, muertos a los enemigos de nuestras almas,
vivamos solamente para Ti. Por eso te rogamos, Oh Dulce Redentor y Salvador,
que a la hora de nuestra muerte recibas nuestras pobres almas desterradas que
regresan a Ti.
Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
DÉCIMA QUINTA
ORACIÓN
¡Oh vencedor de la
muerte! ¡Vid verdadera y fructífera! Recuerda a aquel torrente de sangre que
brotó de cada parte de tu Bendito Cuerpo, igual que la uva exprimida en el
lagar.
Desde el lugar de
la flagelación y a través de las calles de Jerusalén, por toda aquella vía
dolorosa, hasta la colina sagrada, tu Sangre derramada escribía las bellas
páginas de la historia del Corazón que más nos ama... ¡El tuyo! Recuerda como
la tierra agradecida, pero a la vez espantada, recibía tu preciosa Sangre. toda
la naturaleza; de horror temblaba y los Cielos se estremecían, los Ángeles y
hasta los demonios se sorprendían ante ¡aquella increíble escena! ¡Todo un Dios
moría! ¿Qué era aquello? ¿Qué sucedía? Aquel primer Viernes Santo, oh Jesús
¡Abrías el cielo para la humanidad pecadora!
Por tres largas
horas tu Cuerpo colgó de la Cruz. Presentabas un aspecto doliente, triste, todo
lleno de dolor, Tu Sangre aún manando, recorriendo aquella que ya se había
secado, que ya había coagulado. Y a todo esto se adhirió el polvo y la tierra
del camino....
Qué tristeza y
dolor padecieron María y Juan al contemplar tus cabellos y barbas que ahora
daban la impresión que estaban compuestos de alambres, llenos de Sangre y de
tierra. Tus oídos y nariz tupidos estaban de sangre. ¡Hasta tus ojos y bocas
sangraban! En verdad que todos tus sentidos fueron atrozmente atormentados.
Así inclinaste la
cabeza y entregaste tu Espíritu.... Entonces vino Longinos y perforó Tu
costado, con tanta violencia, que la punta de la lanza casi sale por el otro
costado. Tu corazón te lo desgarraron, oh Jesús, ese Corazón que ¡tanto nos
ama! Y de allí brotó Sangre y Agua, hasta no quedar en Tu Cuerpo Gota alguna.
Tu cuerpo era cual bulto colgado, como un haz de mirra, elevado a lo alto de la
Cruz, la muy fina y delicada Carne tuya fue destrozada; la Sustancia de tu
Cuerpo fue marchitada, y disecada la Médula de tus huesos. Es entonces que el
Sol y las estrellas negaron su luz, hubo terremotos y la naturaleza y los elementos
dieron amplio testimonio de que Aquel que negaron ¡era el Hijo de Dios!
Por esta amarga
Pasión, y por la Efusión de Tu divina Sangre, te suplicamos oh dulcísimo Jesús,
que recibas nuestra alma, cuando estemos sufriendo en la agonía de nuestra muerte.
Oh maravillosa
realidad, escándalo para los infieles, ¡gozo indescriptible para los que te
amamos! Ese tu infinito sacrificio pagó el rescate, y al resucitar y ascender
gloriosamente al Cielo, ¡dejaste bien abiertas las puertas para aquellos que quisieran
seguirte! Oh Señor, por tu amarga Pasión y preciosa sangre, te rogamos
traspases nuestros corazones, para que nuestras lágrimas de amor, adoración y
penitencia, sean nuestro alimento noche y día. Haz que nos convirtamos
totalmente a Ti, que nuestros corazones sean tu perpetuo lugar de reposo; que
nuestras conversaciones te sean siempre agradable; y que al final de nuestra
vida merezcamos que graves, oh Dios de amor, el Sello de Tu Divinidad en
nuestra alma, para que tanto el Padre como el Espíritu Santo, te vean bien
reproducido en nosotros, y poder así ser contados entre tus Santos para que te
alabemos para siempre por toda la eternidad.
Así sea.
(Padre Nuestro, Ave María y Gloria)
Bendito y Alabado
sea Jesús, que con su Sangre nos redimió (tres veces)
Recomendaciones:
1.- Rezar antes del
atardecer, si lo dejas para más tarde, luego puedes estar muy cansado por las
tareas del día y es fácil que te olvides de rezar o te quedes dormido.
2.- El rezo de las
oraciones insume unos veinticinco minutos, cuanto más compenetrado
espiritualmente, menos tiempo lleva.
3.- Se rezan las
quince oraciones cada día, no una oración cada día.
4.- En caso de
enfermedad grave, puede rezarla otra persona al lado de la cama y el enfermo
deberá ir repitiendo mentalmente. Solamente mientras se encuentre gravemente
enfermo.
5.- Se reza ante un
Crucifijo, en su defecto frente a una estampa de Jesús o con la mente puesta en
su Divino Rostro y en sus Santas LLagas.
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